El crimen de la periodista, Amparo Jiménez, ocurrido en Valledupar en 1998 generó grandes cambios en la forma de hacer periodismo en esta región de la Costa Caribe de Colombia. Este hecho y otros contra la prensa regional motivaron a que el gremio se autocensurara. A ello además se suma que muchos dejaron la profesión por temor, es el caso de Josefina Jimeno, amiga de la comunicadora asesinada.
Por María Ruth Mosquera
Josefina Jimeno, podía dar testimonio de que los amigos llegan a la vida a ocupar espacios exclusivos e irremplazables, después de varios años de vivencias con quien más que amiga era su colega cercana, consejera, compañera de rutinas laborales y proyectos pensados a futuro. También había oído que cuando los amigos ya no están, dejan vacíos perpetuos que son ocupados por la ausencia, la nostalgia y el dolor. De esto también da fe hoy, tras dieciséis años de supervivencia con la desolación que entró a ocupar el espacio que en ella dejó Amparo Jiménez, asesinada en medio del conflicto armado colombiano.
“¿Ya han pasado 16 años?”. Lanza la pregunta y se muerde labios con una expresión de incredulidad en el rostro. “Es increíble que eso haga ya tanto tiempo”, insiste y guarda silencio un momento para luego confesar que “es la primera vez que yo hablo de esto. ¿Sabes? Yo aspiraba a ser una profesional brillante, tenía muchos sueños, llegar lejísimos como reportera internacional, ganar premios, ganar el Simón Bolívar, tener una corresponsalía internacional, ser una periodista reconocida, y ya iba yo posicionándome en el noticiero, pero ahí se truncó todo”.
Para finales de los años noventa, Josefina Jimeno y Amparo Jiménez trabajaban como corresponsales de los noticieros de televisión Criptón y QAP. Viajaban juntas a cubrir noticias de orden público que tenían lugar en el departamento del Cesar, para entonces con fuertes expresiones de sucesos al margen de la ley tanto de guerrilla como de paramilitares. Ambas fueron amenazadas. “Ella no tenía miedo, pero yo sí y me decía: No ‘Fina’, eso no va a pasar nada, no te dejes amedrentar, tranquila”, cuenta.
Relatos de viajes bajo el miedo, de llamadas telefónicas con ultimátum para abandonar el oficio, de vehículos desconocidos rondando los hogares de ellas, de censura por los enfoques dados a la información, acusaciones de periodismo amarillista, y agresiones e incluso de daño de equipos de trabajo toman lugar en el relato de Josefina Jimeno, cuyo quehacer fue desestabilizado tras las amenazas.
“Yo le dije: Amparo, por favor, vamos a retirarnos, yo asustada, pero ella me tranquilizaba, me daba ánimo; ella no creía que de verdad la iban a matar”.
Pero el 11 de agosto de 1998 en Valledupar, un sicario le propinó tres disparos en la cabeza a Amparo Leonor Jiménez Pallares. El hecho fue vinculado a las amenazas que venía recibiendo la periodista a raíz de la información que publicaba, pero también al trabajo que ven.
En ese momento, la Sociedad Interamericana de Prensa – SIP relacionó el caso con hechos acaecidos dos años antes, cuando Jiménez Pallares informó a través del noticiero QAP que paramilitares desplazaron a 170 familias de la hacienda Bellacruz, en Pelaya, un municipio al sur del Cesar, por lo cual había recibido amenazas. La noticia trascendió rápidamente y el hecho fue repudiado por varias organizaciones nacionales e internacionales, entre ellas Reporteros Sin Fronteras, que informó que con Amparo ascendían a diez los periodistas asesinados desde enero de ese año en Colombia. (http://www.caracol.com.co/noticias/actualidad/asesinato-de-amparo-jimenez-indigna-a-reporteros-sin-fronteras/19980813/nota/18906.aspx)
Y esa, la muerte de su amiga, fue la última noticia que Josefina cubrió para el noticiero. “Eso me impresionó tanto, cuando yo a las seis de la mañana me desperté con la noticia de la muerte de Amparo, eso me marcó muchísimo, sobretodo porque a ella y a mí nos confundían porque nos parecíamos físicamente; los apellidos eran similares, ella Jiménez y yo Jimeno, ambas periodistas, estábamos en noticieros de televisión, nos habían amenazado…”.
Desde ese día de agosto, se extinguió también la vida de Josefina, como ella la había conocido hasta entonces. “Yo entré en un pánico impresionante. Fue una época muy difícil que hasta ahora yo me atrevo a expresar eso después de tanto tiempo. Me enfermé, porque yo dije esta gente está hablando de verdad, y será que la próxima soy yo. Dije esta gente a venir por mí. Al año mataron a Guzmán Quintero (18 de septiembre de 1999). Yo entré en un pánico impresionante, que en mi casa no encontraba un sitio donde me sintiera segura. No salía”.
Intentando vencer el miedo, Josefina quiso dedicarse al periodismo corporativo, en una oficina, alejada del trabajo de campo, pero las fuerzas no le alcanzaron. “Mi hermano me llevaba al trabajo; yo me tenía que camuflar, cando iba llegando a mi casa llamaba por teléfono para que me tuvieran la puerta abierta, cosa que yo no me demorara en entrar sino que pasaba directo para el cuarto, me encerraba y no salía para nada, ni a la sala, ni al patio, a nada. Cuando alguien llegaba tocando la puerta, yo me asustaba porque pensaba: Ya llegaron por mí, cualquier ruido mínimo que yo sintiera en el techo; perdí la tranquilidad, mi sueño, perdí mucho peso, perdí todo”.
En un nuevo intento, con su familia y con apoyo del noticiero en el que laboró, se trasladó a Bogotá, pero “es una ciudad muy difícil. Yo estaba allá sola, sin dinero, desempleada y mi familia me estaba manteniendo, encerrada en una habitación de hotel; dije aquí me voy a volver loca. Ya para fin de año, una época difícil sola, entonces me fui para Barranquilla, Me tocó pasar allá una Navidad donde unas primas, pero yo quería estar era en mi casa”.
Hoy esta periodista vive en Valledupar. Sin su amiga, sin sus sueños, sin sus proyectos, pero sí con el miedo, con el tiempo estacionado en un ayer que ha durado dieciséis años. Entre sus cosas, guarda un proyecto para un programa radial que se llamaría ‘Cotorreando’, cuyas protagonistas serían ellas, la Jiménez y la Jimeno, “las dos cotorras”. “Eso se quedó ahí guardado. Nunca volví a ejercer el periodismo, ni creo que lo vuelva a hacer. Eso me afectó psicológicamente… Me quitaron a mi amiga. Ese vacío, ese hueco no lo llena nadie”.
“Nunca volví a ejercer el periodismo. Como reportera, cubriendo orden público, nunca más lo hice, ni creo que lo vuelva a hacer. Yo me llené de miedo”: Amiga y colega de Amparo Jiménez.
Hoy, Josefina ha llegado a la conclusión de que no solo se mata a las personas cuando se les elimina físicamente; sabe que hay otra muerte, en la que se elimina la vida como se ha planeado, soñado, imaginado; en la que se asesina la libertad de reír, de recordar sin dolor, de paz interior, de vivir sin miedo. Esa otra muerte que sufrió ella.
Pero de esta afectación no solo ha sido víctima la amiga y colega, también se ha hecho presente en su entorno familiar, sobretodo en su hijo.
“Gustavo José tenía 12 años, estaba en séptimo grado y había ganado una beca como mejor estudiante del Colegio Santa Fe en Valledupar y ese año, a raíz de la muerte de Amparo, bajó casi al puesto 20 y perdió la beca; el colegio no le mantuvo la beca, debió habérsela mantenido por el caso que se presentó”, dice Gustavo Cuello, quien añade que “él es un niño que es poco expresivo. A raíz del golpe con la muerte de su mamá, se ensimismó. Él era un niño adulto, iba para donde iba si mamá, pero con eso todo cambió. Se afectó la mama de Amparo. A ella le habían matado a uno de los varones, al esposo, a un cuñado, han sido muchos golpes uno detrás de otro”.
El caso y la Justicia
Doce días después del asesinato, la Policía capturó en Valledupar a Libardo Humberto Prado Bayona, autor material del hecho. Entonces, el coronel Jesús Humberto Chivatá, comandante de la Policía del Cesar, precisó que habría pruebas irrefutables de que Prado Bayona había disparado contra la periodista, obedeciendo órdenes de grupos al margen de la ley que actuaban en Valledupar, sin precisar si se trataba de guerrilla o paramilitares. (http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-767150).
Tras un proceso judicial, este hombre condenado a 37 años y ocho meses de prisión. No obstante, en el año 2012, el Instituto Penitenciario y carcelario – INPEC reconoció su responsabilidad en el crimen, por cuanto al momento del hecho, Libardo Humberto Prado Bayona debía estar en prisión purgando una pena de 20 años y ocho meses. (http://flip.org.co/es/content/inpec-reconoce-responsabilidad-y-pide-perd%C3%B3n-por-el-asesinato-de-la-periodista-amparo-leonor), por lo cual el INPEC pidió perdón a la familia de la asesinada periodista, tras una decisión del Consejo de Estado. El director administrativo y financiero del Inpec, Hebert Artunduaga, dijo entonces que «inexplicablemente, el reo ya estaba en libertad para la fecha del homicidio de la periodista. Se le concedió la libertad omitiendo revisar la cartilla biográfica de Prado donde reposaba una condena a 20 años y 10 meses por el delito de homicidio… Vengo a pedir perdón en nombre del Estado a la familia de la periodista Amparo Leonor Jiménez Payares”. (http://www.elpaisvallenato.com/html/noticias/2012/febrero/16/5804497paralamuertenohay.html).
En cuanto al tema de reparaciones, Gustavo Cuello explica que “la familia demandó al Estado a nombre del hijo de Amparo. Eso surtió sus efectos normales porque hubo la doble investigación, penal y civil. Lo penal lo fallaron aquí en el Tribunal Superior a favor y le metieron una pena al criminal de más de 30 años; con base en esa sentencia, se produjo un nuevo fallo del Contencioso Administrativo, que había sido en contra porque no existía un fallo penal. La familia apeló ante el Consejo de Estado para la indemnización y este dio la razón; hace unos dos años les reconocieron la indemnización, al niño, a la abuela y a los hermanos de Amparo”.
Pero pese a estas decisiones judiciales, familiares, amigos y colegas siguen preguntándose por el o los autores intelectuales del crimen de Jiménez Pallares.
“Había una Fiscalía de Derechos Humamos en Bucaramanga que estaba investigando sobre las causas de la muerte de Amparo. Venían permanentemente a Valledupar porque estaban recopilando la información para esclarecer las causas y llegar a identificar a los autores intelectuales del crimen”, relató Gustavo Cuello, quien censura al Estado por haber dejado solo a su hijo en su orfandad.
“Yo recuerdo que Redepaz hizo muchas promesas de ayudas para el niño y ninguna de esas promesas se cumplieron; ni el Gobierno se interesó por él, ni siquiera Reinserción le pagó el sueldo de Amparo al niño, se negaron a pagarle el sueldo porque no estaba legalizado el contrato. Entre su abuela y yo lo mandamos a la universidad a estudiar, terminó su carrera y el Estado en vez de hacerle un seguimiento a ver cómo seguía, no se preocupó más nunca por él; debían haberlo educado y buscado un empleo”.
Una verdad sacrificada
El testimonio de Josefina Jimeno es sólo una muestra de la gran afectación que causó el asesinato de Amparo Jiménez al periodismo del Cesar, pues éste, sumado al del jefe de redacción del Diario, Guzmán Quintero Torres, un año después, cobijaron con miedo al gremio, generando una transformación en la manera de informar el acontecer de la región, de modo que otra de las sacrificadas fue la verdad y el derecho de la comunidad de estar informada.
El homicidio de Amparo Jiménez generó grandes cambios en las noticias informadas por los periodistas, ya que fue sacrificada la verdad y con ella, el derecho de la comunidad a estar bien informada
“Pienso que el periodismo que se está ejerciendo ahora no es como el que hacíamos nosotros; actualmente se hace un periodismo más superficial. Nosotros éramos más investigativos, nos arriesgábamos más, expusimos muchas veces nuestras vidas, ahora el periodismo no es igual, tal vez las cosas cambiaron por la muerte de Amparo y la de Guzmán. Ya uno siente como ese temor”, dice Josefina.
El presidente del Círculo de Periodistas de Valledupar, Aquiles Hernández Saurith, considera que el periodista es un ciudadano de a pie, con todas las debilidades que puede tener en el ejercicio de su profesión, entonces cualquier amenaza externa o interna que le llegue, sin duda afecta la calidad de trabajo periodístico.
“Yo diría que el conflicto afectó tanto a las agremiaciones como personas el miedo y el miedo no razonable, sino el miedo real, por la muerte y las amenazas cumplidas con algunos periodistas de la ciudad. Y diríamos que el postconflicto nos trae el postmiedo también porque seguimos dándonos cuenta de que muchas estructuras criminales están vivas y eso obliga al periodista a autocensurarse”, manifiesta Hernández Saurith.
A lo planteado por Hernández se suma la opinión del periodista Gustavo Cuello, quien asegura que “el conflicto armado ha amordazado al periodismo, hay mucho temor y el que se ha atrevido lo han matado o está amenazado”.
También Mildreth Zapata, ex jefe de redacción de Vanguardia Valledupar y fundadora del periódico virtual Quinto Poder, quien dice que “un periodismo lleno de temor y autocensura fue el generado tras las situaciones de conflicto vividas en el país, donde el miedo ocasionó que muchas de las historias escritas revelaran verdades a medias, por eso la memoria dejada a la sociedad estuvo en muchos casos llena de omisiones y verdades que sólo hasta ahora comienzan a relucir en trabajos periodísticos y libros. La situación fue mucho peor en las regiones, donde todos vieron y prefirieron callar por físico miedo a morir a manos de los violentos”.
Por su parte, Yelene Cuan Pertuz, jefe de redacción del periódico El Pilón, cuenta que ella también fue amenazada y que sigue ejerciendo su labor con mucho cuidado para proteger su vida y la de sus seres queridos.
“Tenemos la limitante para poder informar cómo debe ser la noticia; hay algunos datos que uno tiene, pero por ese temor por el cual ya uno pasó, uno se cohíbe de decirlo o indagar más allá. Entonces, mientras menos uno sepa, es mejor porque tú no te vas a atrever a decirlo. Yo tuve una limitante, en mí caso que fueron las amenazas y más por una información que publiqué, ya no me atrevo a ir a buscar siquiera esa información. Esa ha sido la coraza que a mí me pusieron para no investigar más y no estar destapando tantas ollas. Eso afectó mucho mi parte personal, mi familia a mis hijos los tenían vigilados; entonces cuando se meten no tanto con uno sino con los hijos, uno dice quédate quieto”.
El daño no solo fue a la verdad, según periodistas del Cesar, el conflicto armado también reventó el tejido social de este gremio.
“Todo aquello que unía e integraba el tejido social en el colectivo periodístico se vio resquebrajado y afectado por causa del conflicto armado, por ello es importante el reconocimiento por parte de los agresores de la acción causada, solicitando el previo perdón, tal y como lo ha planteado el Gobierno; pero también es fundamental que los afectados acepten ese perdón, hagan la catarsis del caso y puedan llevar una vida sin temores y en paz. A lo anterior sumo el desarrollo de procesos formativos que contribuyan a la orientación para hacer frente a estas situaciones, y devuelva la confianza al colectivo”, expresa Mildreh Zapata.
Mencionan periodistas consultados que la reparación colectiva planteada por el Estado colombiano, es algo válido, pero hacen énfasis al irreparable daño psicológico y en el restablecimiento de las garantías para ejercer el oficio del periodismo, como el restablecimiento de la tarjeta profesional, aplicar las leyes ya establecidas como la libertad de prensa, para que sirva de blindaje al riesgoso ejercicio del periodismo, proteger al periodista antes de la amenaza o la muerte.
“De pronto la reparación económica está bien, que me imagino que en cualquier momento me la van a dar y que eso puede compensar el tiempo cesante que he tenido porque yo todavía no estoy trabajando; sin embargo, creo que sería bueno que quede algo simbólico, que uno pueda por ejemplo generar empresa porque ese daño psicológico no tiene reparación”, concluye Josefina Jimeno.