foto tomada de:google images

En la Colprensa del barrio La Merced, en inmediaciones del Parque Nacional, hacíamos un periodismo algo artesanal, digamos que romántico. En vez de la sofisticada Internet, o portátiles como se estila hoy, transmitíamos fotos y noticias casi que por señales de humo. Las fotos debían pasar primero por la claustrofobia del cuarto oscuro. Luego, en un rodillo con teléfono (telefoto), daban vueltas hasta convertirse en imagen en los periódicos donde las recibían.

Hoy por hoy, la foto sale desde donde se produce la noticia casi hasta la rotativa.

Las noticias se enviaban a los diarios a través de viejos télex que hacían un ruido que se nos quedó instalado en el disco duro como un eterno tic. Desde entonces tenemos oído de polvoreros.

También los télex como sus bisabuelos los linotipos, merecen monumento. Sin ellos no había información en los periódicos. Así de simple. Los textos se perforaban en cintas que luego de las correcciones pertinentes se enviaban a los periódicos, uno por uno.

La vida no tenía prisa. Si el mundo decidía acabarse, debería hacerlo a velocidades entre 50 y 70 baudios. En estos se medía la rapidez de los aparatejos.

Inicialmente, antes de pasarlas al télex donde los levantaban dos teletipistas, Gilberto Rodrigo y Hernando Martínez, las redactábamos en máquinas de escribir. Eran algo así como nuestras amantes. Nos ayudaban a levantar para los garbanzos.

En las empresas de todos los sexos, las viejas máquinas andan de capa caída, recordadas únicamente por nadie. Ni siquiera por santa Tecla, la patrona de quienes tenemos en la mecanografía nuestra herramienta laboral.

A esas máquinas de escribir que ayer fueron y hoy poco aparecen, casi las venden por kilos, como si fueran periódicos de ayer, como en la canción de Héctor Lavoe.

Son chatarra ilustrada por cuya intimidad pasaron toda clase de historias. Lo que no se contaba a través de ellas, simplemente no existía.

No se merecen tanto olvido esos cachivaches que prestaron un servicio militar obligatorio a escribidores de todos los pelambres.

Las olvidadas máquinas y los télex son parientes de los teletipos que eran máquinas de escribir con mal de san Vito y ruido incorporado.

Aunque la técnica no ha podido derrotarlos del todo. En los computadores las máquinas de escribir han reencarnado con tecnología avanzada. Por ejemplo, esa opción de mover el carro de un extremo a otro corre por cuenta de un tal «enter», necesario como el viento para una gaviota. O lo hace automáticamente, por inercia.

Operar las antiguas máquinas era como hacer el amor con cada una de las teclas. Hoy es una función casi asexual. Lástima que sea tan eficiente el actual método. Casi basta colocar las manos encima y el computador sospecha el resto.

Echando más atrás el espejo retrovisor, en los periódicos existían los famosos linotipos, esos armatostes descomunales, operados sólo por iniciados, que legaban a su descendencia no solo deudas, complejos, alguna virtud, sino el oficio también heredado de sus mayores. Se era linotipista por curiosa cooptación, a físico dedo.

La de linotipista era de las actividades mal pagadas que no admitía advenedizos en su seno. Por el interior de sus operadores no corrían sangre ni espermatozoides: sólo tipos de letras que inoculaban el virus del modus comiendi.

«La linotipia convertía las ideas en plomo», recuerda un linotipista jubilado, Guillermo el Mago Dávila, periodista, locutor, cronista, relacionista público, conversador, biógrafo, prestidigitador con la sonrisa feliz del hombre que se ganó el cielo en vida, empresario, abuelo irresponsable 12 veces, ducho en juegos de azar. Si no hubieran existido los caballos, el Mago los habría sacado de algún sombrero.

En su autobiografía, el Nobel García Márquez describe a los linotipistas como «tipógrafos cultos por tradición familiar, gramáticos dramáticos y grandes bebedores de sábados. Me hice a su gremio».

Recuerda don Gabo que el más joven de ellos era el Mago Dávila, santandereano trasplantado a Cartagena, donde fue niño genio – Chopin del linotipo- a los 13 años. Hizo la primaria para mago acariciando el teclado de los linotipos como quien interpreta un nocturno de Luis A. Calvo, o lee en el silencioso sistema Braille.

Termino estos deshilvanados recuerdos entonando un réquiem virtual por estos cachivaches ahora que evocamos los 30 años de la agencia de Noticias Colprensa.

Fuente:http://www.revistacierto.com/periodismo_artesanal_colprensa.htm

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